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A TRES AÑOS DEL ACTUAL SEXENIO: GOBIERNO SIN ESTRATEGIA PARA EL DESARROLLO

De cara a las elecciones que se llevarán a cabo este domingo, es importante hacer una pausa para analizar cómo vamos y hacia dónde estamos siendo dirigidos por el actual Gobierno.


¿Hay una estrategia gubernamental? ¿Es la adecuada? ¿Nos está encaminando hacia el desarrollo? ¿Qué hechos nos presenta la realidad y cómo éstos van a influenciar nuestra decisión de voto?

- Regina Ardavín C.



El panorama actual en México deja mucho que desear. Inseguridad, violencia, nulo crecimiento económico, poca inversión, un país muy polarizado, un gobierno que no ha sabido responder efectivamente a las necesidades de la población, con y sin la pandemia, etc.


Para cambiar la situación actual y encaminarla a un mejor lugar, se necesita una participación activa de todos los actores que conforman la sociedad. Sin embargo, el Gobierno tienen un rol fundamental para sacar al país de las diversas crisis que vivimos, ya que, su capacidad de alcance, a través de políticas públicas, tiene mucho mayor poder que los esfuerzos de otros actores de la sociedad.


Con el fin de encaminarnos a un futuro con crecimiento y desarrollo económicos, es importante tener una estrategia clara a largo plazo, con un plan de acción de cómo se va a lograr y teniendo en cuenta con qué recursos se cuenta para lograrlo. Tener una estrategia de país es fundamental para saber dónde se está y hacia dónde se quiere llegar, ya que, sin estrategia, un país queda a la deriva de los vaivenes y los imprevistos que mueven al mundo en cuestión de segundos.


En el caso particular mexicano, no es que la actual Administración Pública no tenga objetivos o una estrategia, sí los tiene, pero no necesariamente están encaminados a generar un crecimiento económico sostenido y un desarrollo inclusivo.


El Gobierno mexicano actual, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, se ha caracterizado por tener una estrategia enfocada a conectar emocionalmente con la población que ha sido descuidada por los gobiernos pasados, y a prometerles una transformación con enfoque social.


A pesar de este discurso emocional y conmovedor que maneja el actual Presidente, el discurso no genera por sí solo una mejor calidad de vida para las personas que carecen de oportunidades en México, independientemente de que esa empatía y esa conexión emocional lo ha llevado a sostener un liderazgo social sin precedentes, sobre todo, con la población más desfavorecida.


Sí, es necesario entender a la población más vulnerable, sus necesidades y sus carencias, y empatizar desde el discurso político, pero es igual de necesaria la habilidad técnica, para que ese discurso de un México más próspero y más justo con la población que vive en pobreza, realmente pueda convertirse en realidad.


Además, no solo es necesario tener objetivos por el simple hecho de tenerlos. Es importante que los objetivos y metas del Gobierno, para que sean buenos, sean acordes a la realidad, con el fin de que las políticas públicas que se implementen, y los proyectos productivos públicos que se realicen, verdaderamente generen un impacto positivo en la población a la que buscan beneficiar.


Entre algunas decisiones poco asertivas del Gobierno actual, se encuentra la cancelación del aeropuerto de Texcoco, que hasta ahora ha costado casi 332 mil millones de pesos, según lo estimado por la Auditoría Superior de la Federación[1], y que, además, ahuyentó la confianza en los inversionistas privados, tanto mexicanos como extranjeros.


Otra decisión costosa en términos de confianza a la inversión, fue la cancelación de la cervecera de Constellation Brands en Mexicalli. La pérdida de la empresa fue de entre 650 y 680 millones de dólares[2]. En ambas ocasiones, la decisión de cancelar dichos proyectos no estuvo sustentada en argumentos técnicos y objetivos. De hecho, para respaldar ambas decisiones, el Gobierno hizo una “consulta popular” sin fundamentos jurídicos, con el fin de que “el pueblo” decidiera.


Otro proyecto con fundamentos poco sólidos es la construcción de la refinería Dos Bocas, cuyo costo asciende a 8 mil 919 millones de dólares[3], y que se inició bajo el argumento de buscar la autosuficiencia energética, frente a una realidad que cada vez se aleja más de las energías fósiles. En este último caso particular, aunque México es un país con petróleo, no necesariamente resulta más eficiente refinarlo en nuestro territorio. Por otro lado, México también tiene las condiciones naturales para un amplio desarrollo de energía solar y eólica, mismas que el Gobierno ha castigado, y que son eficientes en relación costo-beneficio, además de no ser contaminantes.


El caso más reciente de una decisión de efectividad dudosa, fue la compra de Pemex de la Refinería Deer Park en Texas, misma que registró pérdidas por más de 4,000 millones de pesos en 2020 y 1,400 millones de pesos en 2019[4]. Luego de que Pemex efectuara esta compra, la calificadora Moody’s degradó la calificación del complejo petrolero, debido a que su nivel de apalancamiento se extenderá más allá del 2021. Cabe mencionar que Pemex no es una empresa rentable y con finanzas sanas, ya que su deuda asciende a 110,000 millones de dólares[5]. ¿Cuál fue el propósito de comprar Deer Park? ¿Mejorar la rentabilidad de Pemex? ¿Contribuir a la auto-eficiencia energética que tanto anhela el Gobierno mexicano?


Estos son solo algunos ejemplos que demuestran la importancia de comprender el entorno y tener una visión panorámica ajustada a la realidad, para tomar decisiones asertivas desde el Gobierno, ya que, si se toman decisiones considerando solamente el punto de vista ideológico, éstas pueden salirle muy caras al país, a corto, mediano y largo plazo.


Más allá del análisis de unos cuantos casos aislados, es importante ver qué dicen las estadísticas macroeconómicas del país, con el fin de poder determinar qué tanto impacto tiene una estrategia gubernamental errónea en el desempeño del mismo.


En el caso del PIB, en 2018 la tasa anual de crecimiento económico fue de 2.2%, último año del sexenio pasado. En 2019, la tasa anual de crecimiento económico bajó a -0.2% y en 2020, fue de -8.5%. Si bien la pandemia jugó un papel crucial en el desempeño económico del 2020, en 2019 ya había decrecimiento económico, lo cual demuestra que existen otros factores previos que han detonado el nulo crecimiento económico en México, más allá del Covid-19.


Por otro lado, está la tasa de crecimiento de inversión pública, que desde el inicio del 2019 es negativa, aunque cabe mencionar que la mayor parte del sexenio pasado también fue negativa, con lo cual se puede concluir que desde hace años existe una falta de planeación y de coordinación política con respecto a los proyectos de inversión pública que se deben hacer, para impulsar el desarrollo del país.


La siguiente gráfica, de "México Cómo Vamos", que muestra la trayectoria de la inversión pública desde el 2007, refleja a un país cuyos dirigentes no han sabido aprovechar todas las oportunidades existentes para que, a través de proyectos productivos del Estado, México pueda pasar de un país en vías de desarrollo a un país desarrollado.

Siendo un país con tantas áreas de mejora, las estadísticas de inversión pública podrían ser sin duda positivas y crecientes, considerando que, una disminución en la inversión pública en los últimos años, no se ha traducido en una reducción de la deuda pública, sino todo lo contrario, como se muestra en la segunda gráfica, de El Economista.



Como se puede ver en la primera gráfica, a partir del 2012 la inversión pública cayó de manera sostenida y desde entonces, no ha vuelto a alcanzar los niveles de crecimiento que tenía hace dos sexenios. Mientras tanto, a partir el 2012, la deuda pública ha aumentado consistentemente, lo cual debe ser motivo para reflexionar, ¿A dónde ha ido ese dinero, si no ha sido destinado a proyectos públicos con miras a mejorar la calidad de vida ciudadana a largo plazo?


Cuando se habla de planeación estratégica del sector público, es importante considerar el factor de los recursos limitados con los que cuenta el Estado, con el fin de aprovecharlos de la mejor manera posible y en aspectos que generen el mayor impacto positivo y la mayor utilidad, no necesariamente en términos monetarios, sino en términos de desarrollo.


El saldo de los últimos nueve años ha sido deprimente: bajísima inversión pública y un aumento de la deuda pública sin precedentes. Bien es cierto que, en este sexenio, se les ha dado prioridad a programas de beneficencia social en el gasto público, pero dichas ayudas no generan mayor productividad ni sacarán de la pobreza a sus beneficiarios a mediano y largo plazo. Se tratan más de estrategias clientelares con fines electorales, que de una estrategia para fomentar el desarrollo.


Por otro lado, cuando se habla de estrategia pública, se debe considerar el efecto que tienen las acciones del Gobierno en el comportamiento de otros sectores, por ejemplo, de los inversionistas privados. La tasa de crecimiento de la inversión privada es importante de analizar porque refleja un aspecto clave que el Gobierno debería de cuidar: la confianza.

Entre más confianza dé el Gobierno con sus decisiones, mayor es la atracción hacia la inversión privada y viceversa.


Como se puede ver en la gráfica anterior, de “México Cómo Vamos”, desde el inicio del sexenio actual, la inversión privada ha bajado de manera considerable, lo cual coincide con el aumento de toma de decisiones gubernamentales poco fundamentadas e inesperadas, mismas que aumentan el riesgo de los inversionistas al meter su dinero a proyectos en México. Las estadísticas son consistentes con la teoría de que, la falta de confianza en el Gobierno, es un factor que mina la inversión y, por tanto, el crecimiento económico.


Este último aspecto, se relaciona con otro factor importante: la competitividad. Según México Cómo Vamos, “ser competitivo es tener la capacidad para atraer y retener talento e inversión. Para ser competitivo es necesario que exista Estado de Derecho, certeza jurídica, respeto a los derechos humanos, acceso y preservación de los recursos naturales, una población educada, e infraestructura suficiente para conectar a los agentes económicos[6].


En pocas palabras, para ser competitivos como país, es necesario tener una estrategia integral de gobierno, enfocada al crecimiento y desarrollo económicos. Al crecimiento, porque sin crecimiento no se puede financiar el desarrollo, y al desarrollo, porque es fundamental que la generación de riqueza se traduzca en una mejor calidad de vida para los habitantes. En cuestión de competitividad, México se encuentra en el lugar 53 de 63 países, según el Índice Mundial de Competitividad.


En menos de diez años, hemos caído del lugar 32 al 53. Estos son los efectos concretos de varios factores: una estrategia gubernamental errónea, una acción de gobierno sin un rumbo claro del país en el que queremos convertirnos y, sobre todo, del pragmatismo, enfocado al beneficio privado de los dirigentes políticos, que no gobiernan para servir, sino para servirse.


Como se ha visto, México lejos de haber progresado en los últimos años, ha retrocedido en diversos aspectos. Los retos son múltiples, mas no imposibles de sobrellevar. Podemos cambiar de rumbo, pero es necesario primero, tener una visión del país que queremos ser, no sólo para los siguientes tres años, hasta las siguientes elecciones, sino a 10, 30, 50, y 100 años. Es fundamental comprender que los verdaderos cambios estructurales que el país necesita, darán frutos a largo plazo.


A casi una semana de las elecciones más grandes de la historia de México, ¿Qué te toca a ti? Como ciudadano, hoy tu responsabilidad es ejercer tu derecho y obligación de votar de manera informada, por políticos y partidos que defiendan la democracia y que busquen trabajar para que México sea un país más competitivo, con un crecimiento sostenido y con políticas públicas que transformen ese crecimiento y en desarrollo para toda la población.


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