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LA OBESIDAD Y EL NUEVO ETIQUETADO

Hace cinco días el nuevo etiquetado de alimentos se volvió obligatorio en México. Ahora vemos por todos lados productos con polígonos, un cambio hecho con el fin de hacer más consciente al consumidor de lo que compra, y al productor de lo que ofrece en el mercado de alimentos. Pero ¿qué tanto contribuirá este nuevo etiquetado a disminuir la obesidad en nuestro país?





¿Tenemos conciencia de la epidemia silenciosa que nos acecha desde hace varios años?


La obesidad es un problema muy grave de salud pública en México. Somos el primer país en obesidad infantil en el mundo y el segundo en obesidad adulta. Esto no sólo supone un problema individual en cuanto a las elecciones que cada uno hace respecto a sus hábitos; también representa un problema para el sistema de salud en nuestro país y para la economía.


Según los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en México el 73% de los adultos padece de sobrepeso, en comparación al 20% que padecía en 1996. En cuanto a la obesidad infantil, según la Unicef, 1 de cada 3 niños entre 6 y 19 años padecen de sobrepeso.


Por si no está claro qué tan graves son los impactos de la obesidad en la economía del país, empecemos por mencionar que, según la OCDE, México será el país con mayor impacto de esta enfermedad en el PIB, entre 2020 y 2050. Este problema implica reducción de la fuerza laboral y menor productividad, reducción del PIB de 5.3% en el periodo mencionado y mayor inversión de recursos públicos para tratar sus consecuencias. Sólo para darnos una idea, el gasto destinado a personas con sobrepeso es al menos 25% mayor que el que se destina a personas con peso saludable.


Según el IMSS, casi 8 de cada 10 derechohabientes (77%) padecen sobrepeso, de los cuales 4 (38.7%), tienen obesidad.

El problema es multifactorial. No se puede asumir que hay una sola causa, por lo que tampoco se puede pensar que una sola política, como es el nuevo etiquetado, resolverá el problema. Hay que considerar la cultura, los hábitos, el acceso a educación nutricional, las posibilidades de comer sano, los incentivos a comer chatarra vs. comer saludable, la seguridad y la planeación de las ciudades, que incentivan (o no) la movilidad peatonal o en bicicleta, etc.


En cuanto a la política del nuevo etiquetado, ¿qué tan efectiva puede ser para atacar este problema?


Primero que nada, como se mencionó antes, ni ésta ni ninguna otra política serán la panacea, no resolverán mágicamente el tema, ni harán que en un par de años ya no haya gente obesa. Se debe pensar en un plan integral que dé los incentivos correctos a las personas para tomar mejores decisiones, con mayor acceso a la información.


Económicamente hablando, las empresas producen lo que los consumidores demandan. Si cada vez hay más alimentos procesados y con exceso de azúcares, colorantes, aditivos, etc., es porque como consumidores nos gusta comprar ese tipo de productos. Pero, la responsabilidad no recae únicamente en nosotros como compradores, ya que la publicidad que nos dan las empresas de alimentos es engañosa y el etiquetado que nos muestra la verdad de los alimentos, es difícil de entender.


¿Cómo puede el consumidor ser completamente responsable de lo que come cuando no sabe interpretar los etiquetados convencionales? Y no sabe, no porque sea tonto, sino porque sólo un mínimo de la población entiende de ingredientes, de porciones y de nutrimentos. Si fuera tan fácil leer etiquetados tradicionales y tomar decisiones asertivas, los nutriólogos no existirían.


Los nuevos etiquetados tienen la gran ventaja de que democratizan la información para entendimiento de todos... Expertos, no expertos, personas con mayores oportunidades o con menos. Aunque claro, dan la información mínima, mas no la suficiente para poder comparar entre productos o determinar cuáles son mejores o peores, entre los que tienen el mismo etiquetado.


Y por otra parte, si las empresas no quieren verse afectadas por los nuevos etiquetados, tendrán que dejar de producir productos con efectos nocivos para la salud, y buscar reformar sus procesos para ofrecer al consumidor productos benéficos y de calidad.


Esto presenta la gran posibilidad de que los productos sanos puedan también democratizarse en cuestión de precios y acceso a ellos. Pongamos el ejemplo del yogurt. Los pocos yogurts de excelente calidad son contados con los dedos de una mano, y son muy caros. Los yogurts baratos, accesibles a la mayoría, son altos en azúcares, bajos en proteína y adicionados con un sinfín de cosas que terminan siendo contraproducentes para la salud. Con el nuevo etiquetado, si los productos de yogurt barato quieren evitar tener esos polígonos negros horribles en sus empaques, tendrán que ofrecer mejores productos. Punto. Y eso tendrá el gran beneficio de que quienes no pueden acceder a productos de buena calidad pero caros, podrán tener productos buenos a menor precio.


Aunque, es importante mencionar, que no necesariamente porque veamos que los productos que pensábamos que eran sanos, en realidad no lo son, significa que como consecuencia natural los dejaremos de comprar. En este sentido, el etiquetado se quedará muy corto en cuanto al efecto en la disminución en la obesidad.


El tener etiquetados más fáciles de leer puede incentivar a que las personas tomen decisiones distintas a las que tomaban antes, pero también puede dejarlas indiferentes. Lo único que sí hace más fácil, es que el consumidor pueda hacerse más responsable de lo que compra, desmintiendo las mentiras de marketing que muchas empresas utilizan para que se compren sus productos.


Sin embargo, así como el impuesto que tienen los cigarros o las bebidas azucaradas (IEPS) no ha cambiado significativamente su consumo, es poco probable que el nuevo etiquetado le dé un giro de 180º a las decisiones de los consumidores y a sus hábitos.


Lo más importante para reducir la obesidad en México es educar con información clara y veraz. Comer sano no necesariamente tiene que ser caro. No se tiene que comprar yogurt Chobani, salmón y berries para estar saludable.


Se debe promover información sobre cómo se puede comer sano con los alimentos de la canasta básica, accesibles a la mayoría. Se debe invertir el dinero público en prevención de la obesidad, con promoción de hábitos sencillos como dormir suficientes horas, caminar o hacer algún tipo de ejercicio al menos media hora diaria, comer más frutas y verduras (abundantes y baratas en México), comer más granos, legumbres, semillas, etc.


Los esfuerzos para reducir la obesidad deben provenir de todos los frentes: del gobierno, con políticas públicas que promuevan el consumo de productos más sanos y naturales; de las empresas, que tienen la responsabilidad de ofrecer productos de calidad e información veraz sobre sus productos; y de los consumidores, que al final tenemos la última palabra en cuanto a lo que comemos y los hábitos que conforman nuestro día a día.



Referencias:

- Presentación del estudio: “La Pesada Carga de la Obesidad: La Economía de la Prevención”, OCDE. https://www.oecd.org/about/secretary-general/heavy-burden-of-obesity-mexico-january-2020-es.htm




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