Esta semana ha estado plagada de distintos símbolos y mensajes no verbales por parte del presidente López Obrador. Las frases que enunció en el grito del 15 de septiembre, la visita del presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, y la reciente llegada de Nicolás Maduro a nuestro país, con el motivo de la cumbre de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), son cuestiones que hay que analizar más allá de lo aparente, ya que en conjunto, reflejan los verdaderos valores del Presidente.
- Regina Ardavín C.
Por una parte está la fachada que Andrés Manuel busca sostener frente a sus seguidores, la de un líder político y social que entiende y encarna las necesidades del pueblo y que defiende la democracia. Esta imagen pública que busca transmitir, y que difiere de lo que realmente representa, fue la que sostuvo durante el grito con motivo de la Independencia, que dio el 15 de septiembre desde el Palacio Nacional.
Es de llamar la atención, que además de enunciar las clásicas frases que celebran a los personajes históricos de la Independencia, también hiciera un llamado a celebrar ciertos valores universales, con los que en sí mismos es imposible estar en desacuerdo. Entre ellos, ¡Viva la libertad, viva la justicia, viva la igualdad, viva la democracia, vida la honestidad, viva nuestra soberanía, viva la fraternidad universal, viva el amor al prójimo!
Estas frases no son simples palabras, y aunque representan valores aceptados por todos, sin importar posiciones políticas o divisiones socioculturales, guardan un simbolismo muy profundo detrás, analizándolas en el contexto particular del Presidente.
Considerando los rasgos de López Obrador, un líder carismático y populista que se vende como el redentor de México con su arrasadora Cuarta Transformación, y que además ha amenazado en su discurso, abiertamente, la continuación de instituciones que sostienen la democracia en nuestro país, como el INE, sus palabras toman un significado particular.
El Presidente no necesariamente cree en la democracia, o tal vez cree en llegar al poder por la vía democrática, como fuente de legitimación, pero su cercana amistad con “presidentes” no democráticos, como Díaz Canel de Cuba, Evo Morales, o Nicolás Maduro, dice lo contrario. No necesariamente es un ejemplo de honestidad, ya que clama que siempre van primero los pobres pero durante su gestión, ha dejado sin seguro social y guarderías, por mencionar sólo dos ejemplos, a millones de personas. No necesariamente aplica la justicia imparcialmente, ya que al estilo de su ídolo Benito Juárez, "a los amigos justicia y gracia, y a los enemigos la ley a secas"; claros ejemplos de esto son las casas de Barlett, sobre las que no se pronunció en contra, o los recursos de dudosa procedencia que obtuvo Pío López Obrador, su hermano, con fines electorales.
Tampoco cree necesariamente en la fraternidad universal, ya que se ha dedicado a dividir a la sociedad civil en fifís y chairos, en neoliberales, conservadores y el pueblo bueno y sabio; además de atacar abiertamente a diversos periodistas y personajes que lo critican.
Lo importante para AMLO no es ser congruente con lo que realmente es y piensa, sino venderle una idea a la gente de que es un defensor a ultranza de estos valores universales con los que todo mundo está de acuerdo.
¿Quién no apoya la democracia, la honestidad, la justicia? Lo malo no es vitorear estos valores, lo grave es usarlos como herramientas de manipulación, con el fin de venderse como alguien que respeta la democracia, las instituciones, que lucha por el bien de la sociedad, etc., cuando sus acciones no son acordes a eso.
Por otro lado, cuando teníamos presidentes que no había duda que respetaban la democracia que tanto costó instituir en la práctica en México, era totalmente innecesario que se pronunciaran a favor de ella. ¿Cuándo tuvieron que confirmar Fox, Calderón o Peña, a pesar de sus múltiples defectos, que defendían la democracia? No tenían que hacerlo, porque había una confianza implícita en que ellos respetarían las leyes electorales y los periodos de su gestión, instituidos en la Constitución.
En cambio, López Obrador tiene esta necesidad constante de reafirmarle a los mexicanos, con su discurso, que cree en la democracia, y que defiende ciertos valores comúnmente aceptados, porque en realidad, una gran parte de la población no confía en que así sea.
¿Y esta desconfianza en su discurso de líder democrático por qué existe? Tal vez sea, no sé, porque invita al presidente de Cuba, un líder comunista, al desfile militar del 16 de septiembre, entre otras cosas.
Y aquí entra otro símbolo importante. Cuando se trata de temas sumamente delicados, como fraternizar con líderes que claramente no defienden la democracia y comulgan con ideas comunistas, y que mantienen a sus países en condiciones paupérrimas, amistar con ellos, como se hace con otros presidentes sí democráticos, no es ser neutral, es demostrar simpatía con lo que ellos representan y con los valores que sostienen.
No es igual ser amigo político de Biden o de Macron o de cualquier otro presidente, bueno o malo en sus funciones, que se sabe que respeta los valores democráticos occidentales que sostienen a los países liberales, que ser amigo político de supuestos presidentes, que oprimen a sus pueblos y los mantienen en un perpetuo estado de atraso sin precedentes, evitando que quienes viven en los países que gobiernan, puedan salir adelante.
De hecho, la invitación al mandatario cubano no fue nada más para que asistiera al desfile, ya que el presidente López Obrador hizo un alegato en defensa de Cuba y pidió públicamente a Biden que Estados Unidos levante el bloqueo económico a la isla.
La molestia de la venida de Díaz Canel y de Nicolás Maduro, no es porque vengan en sí, sino por el bagaje que traen cargando consigo y los valores que representan.
En 2020, Washington ofreció una recompensa de 15 millones de dólares bajo la acusación de terrorismo y tráfico de drogas por la captura de Maduro, que desde entonces no había salido de Venezuela. Recibir a Maduro en México con los brazos abiertos y como a cualquier jefe de estado democrático, no es ser neutral, es amistar con un terrorista, cuyo gobierno viola sistemáticamente los derechos humanos de los venezolanos y que mantiene a Venezuela en la miseria.
Todas las acciones políticas tienen un mensaje detrás y un simbolismo sumamente poderoso. No hay casualidades, no hay coincidencias. No se deben dejar pasar estos eventos, cargados de significado. Como ciudadanos debemos dialogar y debatir de estos acontecimientos, poner el tema sobre la mesa, levantar la voz en nuestros medios de influencia.
Una ciudadanía demasiado confiada y pasiva es un mal síntoma para la preservación de nuestra democracia. Es nuestra responsabilidad hablar del tema, informarnos, crearnos opiniones sustentadas en un análisis exhaustivo del contexto, no quedarnos con lo que la historia que nos quieren vender. Es momento de pensar, cuestionar y alzar la voz para construir el país que realmente queremos. La oposición no se gesta solamente en los partidos políticos, también se forma y se sostiene a través de una población despierta, alerta y que está dispuesta a exigir lo que merece.
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